8/12/08

Sobre sir Lugh: Cayo Falco Fortunato, el pueblo de dibujantes y la misión del Santo Padre

La nueva religión seguía haciéndose fuerte en todo el territorio romanizado, Britania no era la excepción. El rey Arturo había decretado que todo ciudadano tenía derecho a adorar al Dios que quisiera; semejante idea fue del total desagrado de la curia, cuyos misioneros seguían predicando por toda la isla e informando cada novedad a Roma. Uno de estos mensajes acaba de alarmar al clero, uno que no puede pasarse por alto. El Santo Padre ha posado su ojo en la escasa extención de tierra que hace ya tiempo abandonara el decadente Imperio, esto no puede ser bueno para la gente que vive allí.


El pequeño trirreme partió temprano por la mañana, se debía aprovechar el buen tiempo imperante para cruzar el mar hacia Britania. El hermano Falco no estaba contento, esa isla del Norte se hallaba maldita, pocos hermanos habían regresado, y los que lo hicieron fueron vistos como bárbaros por las altas cumbres cristianas.

Comúnmente se castigaba a un hermano con el Exilio a estas tierras inhóspitas, sobre todo cuando lo que se buscaba era alejar a alguno de estos hombres de mujeres casadas o jóvenes aprendices. Pero este era un asunto especial, los veinte hombres de negras capas que se hallaban detrás suyo lo confirmaban. Su sagrada misión era simple, conferenciarse con el tal Arturo (ese bárbaro caudillo que se había hecho con el trono hace unos años) y pedir permiso para predicar en una pequeña villa situada al Este del sub-reino llamado Mercia, allende a la costa sajona. Claro que sus mudos acompañantes no pasarían jamás como predicadores, más aún cuando se percatasen de los gladius que acompañaban sus cinturones. Otro hecho es que una diminuta villa de no más de cincuenta familias no necesitaba de tantos hombres de fé dando veltas por donde se les diera la gana. ¿Cómo podía creer Roma tan estúpido a quien había unido a esos bárbaros que no hacían más que pelear entre ellos y transformarlos en un pueblo unificado? Realmente se le había encomendado una tarea ciclopéa, el era un hombre de libros, nunca un buen orador, el Pendragón (como era llamado) se daría cuenta del engaño y lo mandaría a decapitar.

Los hombres de atrás no hablaban, no lo habían hecho desde su salida de Roma, y no lo harían, eran el ejército privado del Papa, sus cuerdas vocales habían sido cercenadas desde niños, su entenamiento era obra de los mejores instructores del Imperio. Ellos se encargaban del trabajo sucio del clero y hoy se encontraban a su cargo. Cayon Falco Fortunato era el líder de una misión especial del Papa y, por consiguiente, de Dios; de repente la costa Britona que aparecía delante suyo ya no lo ponía de mal humor.

...

Varios días habían pasado desde que Parvissimus ambrosius y su compañero, el joven Lugh, se habían adentrado en el reino de Mercia. Pocos bosques e interminables llanuras eran su paisaje, algunos caminos romanos que llevabana a un par de ciudades, de las cuales la más importande era Ratae, no sólo por sus edificios y murallas de piedra, sino también por su inminente cercanía a la costa sajona, al Este de la isla; por lo que no era de extrañar el pequeño ejército britón que habitaba la zona al mando de sir Sagramore (de quien se decía que era un demonio encarcelado por Merlín y obligado a servir al Rey).

Tampoco sorprendía ver reducidos grupos de hombres a pie, con hachas en mano, cabellos rubios y verstidos con pieles de lobo, oso o jabalí. Los cuales llevaban ganado, a veces, y prisioneros britones (en especial mujeres y niños) otras veces. Estos eran producto de incursiones nocturnas en los poblados adyacentes. El daño era mínimo y no ponía en peligro los tratados de paz entre Arturo y el rey de lso saxons, Cedric, además la mayoría de estos saxons huían ante las patrullas de hombres a caballode sir Sagramore.

El bardo y su compañero iban a pie, sus monturas eran llevadas de las riendas para que descansen mientras disfrutaban del amanecer y de una vejiga de vino (la última por cierto) cuando vieron a siete hombres de cabellera blonda dirigirse rumbo al Sur como si los estuviera persiguiendo unos de esos demonios d elos que hablaban los cristianos. No estaban equivocados...

La visión era sorprendente: sir Sagramore en su negro corcel, cota de cuero del mismo color, lanza en ristre a toda velocidad y al frente de una docena de hombres vestidos de igula manera y con el mismo escudo, una extraña cabeza gris de gigantes orejas y nariz desporporcionadamente grande y dos temibles colmillos, todo esto sobre un fondo carmesí que hacían juego con el color del cielo a esa hora. Pero nad ampresionaba más que el hombre al mando, porque su rostro era de ébano, pero no por pinturas o tatuajes: ¡esa era su piel!

-Había oido sobre estos africanos pero es la primera vez que veo uno- La voz del bardo trajo a Lugh de nuevo al mundo real.
-¿Africanos? alguna vez leí textos sobre esclavos de piel negra, pero en Oriente ¿qué hace este aquí?- El orcadiano seguía sin poder creer lo que veían sus ojos.
-Mi estimado compañero- Su tranquilidad al hablar era ya conocida por el hombre del Norte, Parvissimus daría una lección- Estos seres, númidas se llaman, se hallan en calidad de esclavos en muchas partes del Mare Nostrum; es evidente que este Sagramore llegó a la isla de la mano de los caballeros de Benoic, reino donde todavía s etiene contacto con lo que aún queda del Imperio, de ehcho apostaría la dotación de vino de un año a que es un desertor de las legiones- Esa mirada de saber que ha dado en el clavo todavía incomodaba a Lugh.
-¿Legionarios? ¿y cómo llegó este númida a una legión de romanos?
-Mi ad-latere; los italianos jamás se han destacado por ser buenos jinetes, era de esperar que reforzaran sus ejércitos con gente de sus otras provincias que sí sepan montar. Incluso han tenido germanos entre sus filas ¿de qué otra maneras crees que el legendario Julio César lograse conquistar Britania sin la valiosa ayuda de tropas galas?

La lección de historia se había tornado insoportable a los oídos de Lugh, sus preguntas sobre aquel demonio a caballo había sido contestada y no quería perderse el espectáculo que estaba por ocurrir.

La matanza fue rápida, los hombres de Sagramore pasaron por encima de los sajones segando sus vidas como se sega el trigo en temporada de cosecha.

Los dos viajeros montaron sus caballos y se acercaron a los victoriosos britones, quienes se disponían a saquear a sus víctimas. Fue el moreno mismo quien se encargó de interceptar a los extraños que se acercaban, su trato era amable y cortés, su relación con Arturo y la Tabla Redonda jamás estuvo en duda. Incluso les ofreció parte del botín, lo cual no era mucho, algunos torcs de oro y un par de hachas de guerra; Parvissimus se conformó con formar parte de los festejos de esa noche y llenar sus provisiones de buen vino. La noticia de que sólo tenían cerveza sajona no los desanimó.

-¡Bebamos cerveza entonces!- Lugh permaneció en silencio, era demasiado joven para formar parte de estas conversaciones.

...

Tras las oracones de la mañana y el desayuno, el padre falco y sus hombres abandonaron la pequeña abadía de Londinium con rumbo al Oeste, con rumbo a Camelot. Iban montados sobre lso caballos comprados el día anterior, los cuales habían sido pagados con oro de la Santa Sede, una verdadera fortuna era la que había privado a Londinium de los mejores animales de la ciudad. Tantos viajes y tantos recados; tanta burocracia... Cayo Falco no se había levantado de buen humor, lo que ya era costumbre en el, el ritmo de viaje impuesto durante esa jornada hizo que sus acompañantes lo notaran.

...

La cerveza sajona era buena, realmente excelente, las narices coloradas y el arrastre de algunas consonantes al hablar ya abundaban esa noche en el viejo fuerte romano utilizado por los hombres de Sagramore a las afueras de Ratae.

No era tan mala la situación, quinientos hombres a caballo bajo el mando del caballero de Ébano aquí y otros tanto en londinium al cuidado de sir Miles mantenían la paz con los sajones a lo largo de toda la frontera, era evidente que la guerra ganada hace ya trece años había initmidado por sobremanera al belicoso pueblo proveniente dle continente y, salvo escaramuzas como las vistas ese día, la relación era buena, pués los rubios del Este temían la ira del Pendragón de Britania, a quien el negro comandante llamaba respetuosamente con el título de IMPERATOR.

En un momento de la noche la conversación desbordó sobre le extraño poblado dibujantes de cosechas. Vivían junto a la frontera pero nunca recibían incurciones bárbaras, pues los sajones temían los enormes signos de extraña simetría que habían sido hecho en sus propios campos de cultivos mediante la quema de preestablecida de determinadas áreas.

-¡Dios lo hizo!- El hombre de negras brabas que hablaba apenas si gesticulaba adecuadamente- ¡El lo hizo! dejó su marca cuando bajó a visitarlos en su barco de fuego, las marcas quedaron ahí para poder encontrarlos y llevárselos antes del fin-

Parvissimus miró directamente a Lugh y ambos se encogieron de hombros, todavía había bebida y esto era una conversación de borrachos, sin embargo la decisión de ir a conocer aquella villa ya estaba implícita en la sonrisa que esbozó el bardo.

La despedida por la mañana fue cálida, los dos compañeros emprendieron el viaje con dirección al Este. Llegado el mediodía una enorme columna de humo se divisó enfrente de su camino, cuya base se perdía en una pequeña loma, ambos pusieron espuelas y hasta allí se dirigeron, pero entre los largos pastos divisaron un cuerpo.

-Revíselo joven Lugh, yo seguiré camino y luego me alcanza-

Era raro para el orcadiano ori hablar así a Parvissimus, normalmente era él quien se internaba en el peligro y el bardo quien luego lo alcanzaba, pero raramente se equivocaba, por lo que le hizo caso y desmontó casi a la carrera mientras el polvo levantado por la carrera de su compañero ya empezaba a amainar.

El hombre se hallaba tirado en el suelo boca a bajo, sus vestiduras eran nobles y llevaba espuelas en los talones, un colgante de oro con la formaq de un dragón en su oreja izquierda disipó cualquier duda, se trataba de un hombre de la Tabla Redonda.

Al agacharse se percató de que aún respiraba y fue a buscar sus enseres médicos a su caballo, en ese momento recordó que Parvissimus no tenía tales cosas encima, "realmente este hombre está en todos los detalles" pensó Lugh mientras volteaba al caballero para darle agua de beber.

-Hay que... detenerlos... matarán a todos- Su voz se estaba llendo junto con su vida, le quedaba poco tiempo.
-¿Quién eres?-
-Soy sir Dinadan... de la... mesa...- esto no conducía a nada.
-¡Redonda! ya lo sé ¿quién hizo esto? ¿cuántos eran?-
-Veinte hombres... hombres... excelentes... luchadores-
-Tranquilo, respira profundo- el orcadiano buscaba la herida mortal mientras atendía las demás con un ungüento que solía llevar consigo.
-Hombres de... Dios... Traición... Rey- Dinadan se desmayó pero seguía con vida, realmente era muy fuerte, había recibido tajos en todo el cuerpo, y una diminuta hoja de dos filos como la usada por las legiones le hirió en todo su largo por debajo de su hombro derecho en dirección ascendente, tenía orificio de salida y parecía no haber dañado seriamente el pulmón, pero la herida era grave y moriría si no era atendido pronto.

El orcadiano rompió su lanza en dos y con su capa armó un camastro para arrastrar a Dinadan con su caballo, Ratae no estaba lejos, y con un poco d esuerte los hombres de Sagramore ya habían divisado el humo y se dirigían hacía aquí, pero no podía abandonar a Parvissimus así que envió a su caballo solo, con Dinadan a rastras deseando que sea encontrado pronto y partió corriendo haci asu amigo que podría encontrarse en serias dificultades.

...

No hubo resistencia, todos cayeron ante las espadas de los mudos de Dios sinsiquiera pedir clemencia, hombres, mujeres y niños por igual ahora se quemaban en la gran hogera que ardía frente a él. Todo se había ido de las manos del padre Falco la noche anterior, cuando sin que lo pudiera advertir sus acompañantes atacaron al guía que les había asignado el Pendragón, el pobre sir Dinadan había sido una gran compañia para quien llevaba viajando semanas sin entablar conversación alguna. No sólo hablaba latín, sino que también cantaba y tocaba su pequeña arpa de manera excepcional, y de repente lo atacaron por detrás sin siquiera darle oportunidad de defenderse, y una vez en el suelo recibió tajos a diestra y siniestra, dejándolo en la llanura para que sirva de alimento a los lobos.

El fuego detrás de el, en las chozas y el de las plantaciones transformaron el lugar en el mismísimo infierno, pero eran los cuerpos quemándose frente suyo lo que le decía que ya no podría volver a los brazos del Señor, el mismo que lo había mandado hasta allí. Los hombres de negro desaparecieron sin dejar rastro, realmente eran el arma de Dios, sólo el, Cayo Falco Fortunato, era un humano, un elegido para servir a Dios condenándose al infierno mismo, el poder en Roma dijo que sería perdonado, pero Falco sabía que dios no podía perdonar esto, sólo el hombre hacía tales cosas, el dios del amor no quería esto, y nadie que hable en su nombre realmente podía tramar esto. La cruz de oro que colgaba de su cuello pesaba demasiado, el padre se la arrancó, rompió sus vestiduras y las hechó al fuego. La cruz seguía en su mano, una lágrima rodó por su mejilla y cayó de rodillas, de repente los cacos de un caballo se acercaron a el.

-¿Qué fue lo qu sucedio aquí?- Parvissimus ambrosius no podía creer lo que veían sus ojos, tanta destrucción y tanta muerte quebraban su voz pero volvió a preguntar a la delgada figura que se encontraba frente a el.
-¿Qué pasó aquí?

Lentamente le padre Falco se levantó cuan largo era y, dejando caer la aura cruz comenzó a cmainar hacia el norte no sin antes decirle a su interrogador las dos úlitmas palabras que pronunciaría en latín.

-Fue Dios.

Aquí termina la historia de
Cayo Falco Fortunato,
el pueblo de dibujantes
y la misión del Santo Padre

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