9/8/08

Una noche de recuerdos...

En noches lluviosas como ésta, me vienen a la memoria recuerdos de antaño, cuando todo era más sencillo: vestirse, dormir... comer.

No recuerdo bien el año, sólo que la fiebre del oro estaba en apogeo. Mucha gente viajaba hacia el Oeste de los Estados Unidos en busca del preciado metal; ricos y pobres, negros y blancos, burgueses y campesinos, buenos y malos... todo era un caos.

Pronto los gobernantes se dieron cuenta que hacía falta un control especial... Así aparecimos nosotros: Los Caza-recompensas.

Era necesario que cada cazador se especializara en lo que buscaba; así que se le dió trabajo a ladrones, estafadores, y (por supuesto) asesinos. Cada uno debía encargarse de ajusticiar a los suyos, sólo había que saber gatillar un revólver (debo reconocer que tenía un método personal) y permanecer del lado correcto de la ley.

Con el correr del tiempo este trabajo comenzó a traer réditos, ya no había asesinos en el pueblo y yo gozaba de una bien merecida reputación. Se me pedía que trajera a los forajidos vivos o muertos, la verdad es que no recuerdo haber cumplido alguna vez con el primer caso.

Claro que nada es eterno, mi último caso jamás fue resuelto, o en realidad si, sólo que no tenía pruebas de ello.

Cierta noche apareció el cadáver de una de las bailarinas del Salón situado en la calle principal, Dorothy era su nombre, ella fue la primera de siete que se encontraron en noches consecutivas, todas con las mismas señales. Se hechó la culpa a los coyotes del desierto, se habló de partidas de caza para exterminar a estos animales que dejaban el desierto para alimentarse de la carne fresca de bellas mujeres... una estupidez. Sólo yo me dí cuenta de lo obvio.

Ya había anochesido cuando tomé mi caballo y partí en busca del asesino. Hay que reconocer que llegar a el era fue más que sencillo, quizá debido a su juventud. La cuestión es que había dejado huellas tan fáciles de seguir que lo encontré esa misma noche.

Su rastro me había llevado al granero abandonado de la granja McDonal donde se ocultaba, pero no estaba allí, era evidente que sabía que lo estaba buscando porque dejó señales de haber huido con mucha prisa: un caballo, una carreta y...

No iba solo, la idea de un rehén era absurda, la posibilidad de que su próxima víctima esté con él era un hecho. Subí a mi caballo a toda velocidad y partí en su persecución.

Faltaban cuatro horas para el amanecer cuando a lo lejos divisé una fogata. Al acercarme pude verlo: rostro aguileño, ropas de banquero (aunque cubiertas de polvo). Su víctima, aún con vida, entre sus brazos y una sonrisa que delataba sus agudos colmillos que casi distraían mi mirada de esos ojos inyectados en sangre que pronto me atacarían.

No dudó un solo segundo, sacó su colt y vació su cargador en mí cuerpo mientras me desplomaba del caballo. ¿Cómo explicar el cambio que se produjo en su sonrisa al ver que me levantaba y me sacudía la tierra? Esta vez fue mi sonrisa la dejó ver los colmillos propios de mi raza... mis balas de plata acabaron con él. En el Oeste no hay lugar para dos de nosotros, ni para testigos, estaba por amanecer y aún no me había alimentado, no soy ningún antropófago, no puedo alimentarme de los mios... una bella bailarina gritó en el desierto... nadie la escucho.
...

Ya paró de llover, y tanta nostalgia abrió mi apetito.

Buenas Noches, no salgan solos.

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